PLAN DISTRITAL DE CULTURA DMQ
Gestión de la creatividad y emprendimientos
Martín Samuel Tituaña Lema
Quito, 2012
La
gestión de la creatividad es un sistema administrativo y de inversión para
promover los distintos niveles de creación, producción, circulación y difusión
de los bienes artísticos. Es también el estudio de los niveles de recepción e
impacto de los productos artísticos en la sociedad. En este sentido, la gestión
actual del sector creativo parece encontrarse dispersa y desarticulada entre
sus distintos componentes: artistas e instituciones culturales. Durante años,
estos dos polos, al menos en la realidad local, no han logrado generar diálogos
y construcciones conjuntas respecto a políticas culturales y, mucho menos, en
los sistemas de gestión administrativa. Como resultado, la elaboración de estas
herramientas se ha remitido, en su mayoría, a visiones técnicas alejadas de las
lógicas de gestión de los artistas. Esta realidad ha promovido un enfoque de
las artes basado en el evento, el espectáculo y en la reproducción constante de
referentes artísticos de la alta cultura, en desmedro de la producción
independiente y comunitaria. A esto se suma la falta de una inversión económica
en el campo creativo para ampliar el acceso y la participación democrática de
los beneficios de los bienes culturales y artísticos en general.
Entonces,
es necesario modificar la concepción de la gestión actual del campo creativo e
ir hacia una gestión social de la
creatividad. Para alcanzar este objetivo es necesario repensar al artista
como parte de un todo diverso en el que convive y comparte necesidades y
problemáticas comunes. Es indispensable, de la misma manera, pensar en el arte
como un espacio de transformación social y producción responsable, de
ampliación de las formas de representación; un espacio de constante desarrollo
de sentidos y significados. Estas prácticas deben entenderse como un accionar
frente a un sistema que mantuvo y mantiene todavía ciertos niveles de
relaciones socioculturales y sociopolíticas extremadamente verticales. Y apelar
a esos imaginarios colectivos para cuestionarlos y transformarlos. Pensar el
arte desde esta nueva perspectiva es replantearla en torno a la institución del
arte[1]
y cómo esta ha incidido en una forma casi unilateral de ver la producción
artística en un ámbito elitista[2].
La búsqueda de alternativas de gestión cultural se produce, por lo tanto, como
respuesta a una problemática cultural en la que la inversión económica ha estado concentrada en
puntuales prácticas artísticas, artistas, colectivos e
infraestructura ubicada en determinados sectores de la ciudad. El
resultado: constante desatención de la realidad social y humana de los
principales actores del sector creativo integrado por artistas, gestores,
productores independientes, productores comunitarios y, sobre todo, de los
sectores más alejados de la ciudad.
Hablar
de gestión social de la creatividad y
emprendimientos es el comienzo de un proceso de articulación de los distintos
actores del sector creativo y la transversalización de las artes a nivel institucional y
comunitario, pues estos dos polos también han estado distanciados debido al
enfoque que establecía la existencia de una alta cultura y una baja cultura o
cultura popular. Esta transversalización implica diálogos y construcción
conjunta de políticas públicas, procedimientos administrativos y de gestión con
el fin de que todos sostengan un mismo discurso respecto a los parámetros
técnicos de manejo institucional. Más allá de estas herramientas, este modelo
avanza hacia la elaboración de un sistema amplio de gestión, que incluye
programas, planes y proyectos a largo, mediano y corto plazo.
Al
hablar de sistema y retomando los aportes de los procesos comunitarios, hacemos
referencia a un escenario mixto de gestión que involucra a actores culturales, organizaciones
culturales de base e institución pública. El objetivo de este trabajo conjunto
es establecer planes de inversión social para los artistas, la creación y la producción
artística. Las siguientes metas son revitalizar los espacios de circulación
comunitarios, que no se remiten únicamente a una infraestructura física, y
abrir los espacios oficiales para la producción comunitaria, crear fondos de
inversión comunitaria y democratizar la producción y la circulación de los significados.
Esta reconsideración requiere sanar las distancias generadas en los procesos y la
gestión anterior de la política cultural, los estigmas generados entorno a los
artistas en la sociedad y regresar a ver su realidad social y la de gestión del sector institucional.
Para
llegar a esta apertura en el manejo del sector creativo es primordial tener la claridad
de que este proceso requiere un nivel de aprendizaje colectivo y sostenido,
pensando que una alternativa posible de gestión a futuro debe propender a
reforzar y articular los lazos comunitarios, creativos y productivos con las
instituciones públicas, sin que esto signifique exacerbar aún más la burocracia
del sector creativo. Esta articulación es una opción, desde los sectores
comunitarios, de transparentar la gestión del sector de la artes, ampliando el
acceso de la diversidad de los actores culturales y creadores a los espacios de
decisión, construcción y diseño de políticas públicas, sobre todo, en los temas
de gestión, producción, administración y emprendimiento. Este fin objetivo
requiere de un estudio y del uso de los insumos desarrollados al interior de
las experiencias de gestión cultural
comunitaria de las organizaciones de base: trabajo de base social, procesos
creativos en colaboración, recuperación o fortalecimiento del tejido social,
formación, gestión de significados, disputa, cuestionamiento a la centralidad
de la ciudad, generación de formas de financiamiento mixto
(instituciones-artistas-vecinos-pequeños negocios), creación de microcircuitos
donde se fomentan mercados y escenarios emergentes de circulación para la
economía cultural responsable y flujos culturales para la ciudad. Además de los insumos mencionados, ésta forma de
gestión genera microprocesos organizativos y de movilización[3].
Lo
que se observa en los hechos pragmáticos afincados en los sectores comunitarios
es que la gestión social del sector creativo es un agente importante
en los niveles de producción, redistribución y circulación económica, así como
de creación de fuentes informales y
temporales de trabajo. Indistintamente el sector artístico incentiva y activa
la economía local, mucho más cuando los proyectos buscan generar procesos
artísticos: creación y producción conjunta, charlas, talleres y la conformación
de pequeños grupos para movilizar la gestión local. Esta visión hace que el
arte vincule lo estético, lo formal, metodologías de trabajo, economía,
reflexión en torno a la realidad humana, social y política de un sector. Como
se evidencia, la gestión social de la creatividad genera conocimiento,
herramientas y un grupo humano altamente eficiente y técnico en el trabajo de
campo y el arte. Es decir que podemos mirar la existencia de un campo emergente
e integral del arte. Enfatizar en la economía significa hacer conciencia sobre
la valoración económica de las prácticas artísticas en cuanto a generación y
usos de ideas, tiempo, servicios, materiales, difusión, etc. En fin, los
sectores creativos insertan nuevas formas de economías responsables y
solidarias que además movilizan contenidos.
En
esta manera de hacer gestión desde los sectores comunitarios y como referencia para lo que sería una gestión social de la creatividad
y emprendimientos vemos también la generación de metodologías de trabajo en
lo que respecta al espacio creativo y de producción. Una de esas metodologías
es la interrelación del artista
con la comunidad y el espacio público. En definitiva, este método requiere de
un artista dispuesto a conocer el
contexto de un barrio antes de iniciar su proceso creativo para el
planteamiento de sus iniciativas. Éstas deben ser puestas a consideración de
los diversos actores socioculturales y sociopolíticos. A esto se debe
sumar la capacidad de inserción en los ritmos, dinámicas y formas de los
actores locales, quienes desarrollan el saber hacer, no como una
especialización separada de los quehaceres cotidianos, sino como un todo. En
estos escenarios vemos también la valoración del proceso colectivo de creación
y producción para la comprensión de un
contexto especifico, actores, niveles de conflicto, entre otros elementos que a
su vez detonan el carácter de las iniciativas artísticas.
En este ejercicio los datos recabados de las fuentes
reales son al mismo tiempo un diagnóstico barrial y facilitan pautas concretas
para llegar con mayor eficiencia a la producción de significados y
símbolos. Este entramado de
vínculos a partir de mesas de trabajo y diálogo
con las dirigencias barriales, sector deportivo, educativo, iglesia, grupos
culturales, familias o personas a título individual en tanto actores
primordiales del espacio público, aporta para que los discursos de las artes
tengan que replantearse, acoplarse, transformarse y aterrizar en la población
más amplia. Esta adaptación, transformación y acoplamiento a las necesidades de
los nuevos espacios, tiempos, formas, concepciones y nociones de hacer arte,
usos de los espacios públicos y formas de administración es la que le hace
falta a la gestión institucional para poder construir un sector. A decir de
estas formas y métodos comunitarios de gestión cultural vemos como
paulatinamente contribuyen a visibilizar demandas de los sectores menos
favorecidos, pero también a posicionar sus aportes desde el quehacer cotidiano
de las artes, poniendo en la palestra de la discusión cultural las
construcciones culturales y artísticas de los barrios. Estos procesos también
aportan para generar un nivel de afirmación de sus múltiples identidades que se
conjugan y se transforman constantemente.
Este reposicionamiento político y social de las artes hace
del barrio un referente para el desarrollo de las artes contemporáneas, cuando
estos sectores, hace pocos años atrás, no eran considerados como espacios
para la creación, producción y circulación. No era el sitio en donde la alta
cultura podía reposar, estar, crearse, producirse y mucho menos
difundirse y circular. Sin embargo, lo primordial es que este sector se vuelva
sustentable y para este objetivo es necesaria una construcción de líneas
generales de acción para fortalecer los circuitos artísticos emergentes,
políticas culturales comunitarias, economía cultural emergente, articulación de
los diversos actores culturales, generación de conocimiento, metodologías de
creación y producción artística, producción de significados y simbología, uso
de espacios y mayores niveles de articulación entre los procesos
institucionales y comunitarios.
Si partimos de lo práctico y existente, podemos hacer
referencia al proceso organizativo cultural de base de la Red Cultural del Sur (RCS),
que acoge a alrededor de 35 organizaciones. En este proceso observaremos como
estos grupos se han transformado en espacios de producción, circulación y
difusión de bienes artísticos, haciendo la función de nodos culturales
comunitarios y que al integrarse a la RCS constituyen un microcircuito
emergente en la ciudad.
El
mayor problema de estos nodos ha sido la dificultad para posicionar las
propuestas artísticas y culturales en la ciudad, pues éstas han sido opacadas por
los circuitos oficiales que rebasan sus altos índices de inversión económica,
difusión en los medios de comunicación y producción a gran escala, mientras lo
comunitario en la mayoría de los casos se mantiene de la autogestión. Por este
motivo se menciona la necesidad de articulación entre la institucionalidad y
los procesos culturales comunitarios.
¿Qué se requiere para alcanzar este fin? Un mapeo de organizaciones, grupos,
colectivos, de sus representantes (existente ya en la institucionalidad), de su
infraestructura, equipos técnicos, personal y capacidades, niveles y formas de
gestión e inversión y crecimiento económico, impacto de su producción en el
sector comunitario y aporte en cuanto herramientas gestión cultural. Es decir, un perfil completo de cada
organización con el objetivo de reforzar sus acciones y dignificarlas, si es
pertinente.
Este proceso facilitará la
llegada de múltiples y diversas actividades para que estos nodos culturales
comunitarios periféricos hagan sostenibles sus procesos. De esta manera las actividades estipuladas en
las agendas culturales que se ejecutan en la ciudad, y a partir de una
normativa, estarían en la obligación de circular por estos grupos concebidos como puntos estratégicos de
movilización cultural de la ciudad.
Esto aportará al fomento de los flujos culturales alternativos existentes en
los sectores barriales que permitirían, tanto a los artistas nacionales y
extranjeros, tener una visión integral de la ciudad, de su gente, de su composición
social, el mercado y el consumo. Esta apertura
de la ciudad contribuirá mucho más a los barrios para su afirmación cultural, a
empoderarse de sus espacios públicos, a entender sus historias y memoria,
reconocer a sus personajes y a respetarlos y sentirse orgullosos de sí mismos. Los
barrios mostrarán su producción cultural: gastronomía, turismo, oficios,
festividades anuales, su religiosidad, espacios educativos, artistas o
simplemente visualizarían sus actividades cotidianas.
Estos nodos culturales además de recibir propuestas externas y
mostrar sus referentes y producción se constituyen también en espacios de
intercambio de experiencias, saberes con la perspectiva que en un momento
determinado se constituyan en nodos de residencias comunitarias para la producción creativa. Al
referirnos a espacios de residencias pensamos
en un programa que permita y fomente la llegada de artistas extranjeros y
nacionales de las distintas provincias a los sectores barriales a generar
proyectos artísticos colectivos y a fortalecer los niveles de gestión local.
Este programa en determinado momento consolidará los circuitos y microcircuitos
barriales, ampliará las fuentes y
entradas de trabajo y generará a su vez una demanda considerable de las
manifestaciones artísticas y un compromiso de contribuir al consumo de
productos culturales locales de calidad, nivel crítico, técnica con aportes a
nivel estético, formal y conceptual frente a lo existente en el campo del arte
y la cultura en general.
Por esta razón, estos circuitos no deben ser
entendidos sólo como un mercado sino también como espacios de replanteamiento,
ruptura, creación y producción de nuevos referentes y como una vitrina de promoción y legitimación de la diversidad cultural.
Como podemos ver en inicio esta actividad busca insertar al mercado cultural a
otros sectores de la ciudad y mostrar a ese otro Quito como potencial destino
turístico local, de carácter social y comunitario, ejes de desarrollo de nuevos
patrimonios tangibles e intangibles que serán el sustento de las identidades y
de la construcción de una ciudad
contemporánea y equitativa.
Teniendo en cuenta el número de barrios por
Administración Zonal y concibiendo que cada barrio cuente con una organización
cultural representativa que haga la función de un nodo cultural, cuya agenda promueva una actividad artística mensual (teatro,
danza, capacitación, taller de artes visuales, exposiciones), la demanda de
empleo para el sector creativo superaría la realidad laboral de hoy. En los barrios está otro espacio de inserción que no
se ha tomado en cuenta: las festividades barriales, en las que las actividades creativas pueden
ser complementarias y acrecentar el movimiento económico del sector. De por medio está implícita la idea de abrir
un mercado emergente en coherencia con las posibilidades y al movimiento
económico barrial, entendido como parte de un circuito económico y como polos
de desarrollo artísticos, culturales y turísticos.
Entonces, las manifestaciones artísticas concebidas y
activadas como espacios de movilización pueden aportar a un desarrollo sostenible
y enfatizar en la difusión masiva y práctica de los derechos culturales en los
sectores barriales, pues ahí tenemos un déficit amplio del posicionamiento del
tema, lo que afecta a la comprensión del ámbito cultural y de las artes en los
espacios de convivencia cotidiana como lugares de construcción y afirmación
individual y colectiva de las múltiples identidades que transitan en la
sociedad. Entendemos como derechos culturales a la libertad para participar e
incidir en la vida cultural y en las prácticas y expresiones artísticas, no
sólo como espectadores sino como movilizadores de los distintos niveles de
creación y producción. Es decir, tener una participación activa y plena en la
construcción de sentidos, símbolos y significados.
Solo cuando empecemos a dialogar entorno a la
importancia de la cultura y las artes en los barrios y en la sociedad en
general podremos hacer de los sectores creativos un ente con mayor capacidad de
movilización y transformación social. Este posicionamiento debe ampliar los
referentes y conceptos de arte que se maneja no sólo en los espacios
comunitarios sino a nivel de la ciudad. No podemos seguir anclados en
manifestaciones artísticas tradicionales y redundando en los mismos nombres,
espacios físicos de circulación y difusión porque esto reduce la capacidad de
crecimiento y apertura de otros mercados. Es necesario que una política
cultural decidida y sin compromisos reoriente los referentes de creación,
fortalezca las otras centralidades que mencionamos y genere un engranaje
incluyente. Este proceso enriquecería
las referencias culturales, artísticas y de memoria en la ciudad e incentivaría y ampliaría la demanda en los
sectores barriales en donde el consumo y relación con la producción artística
es mínima.
Teniendo en cuenta la posibilidad de un sistema
integral para el sector creativo podemos decir que la producción artística
podría satisfacer
las necesidades económicas, sociales, de diversidad cultural de ésta y futuras generaciones.
Mientras haya una sociedad consiente del valor de las artes y la cultura en su
convivir diario observaríamos un sector creativo
en constante crecimiento. Crecimiento que implica a la vez una disputa de los
espacios y de la generación de significados desde procesos participativos.
En la gestión social de la
creatividad no podemos dejar de lado al sector académico, pues muchas de las
visiones de las artes está direccionada a la constitución de un artista en
términos tradicionales: el “artista genio” que debía ser un individuo dedicado
a crear bajo una idea estética. Una concepción del artista que está por encima
de los demás y tienen una relación casi vertical con los otros[4]. Esto nos deja observar cómo la
academia ha limitado la formación
integral de los estudiantes que al terminar su ciclo se encuentran con un
entorno que no les brinda posibilidades reales de fuentes de producción y empleo.
De ahí las propuestas realizadas para que dentro de las mallas de estudio se articulen
materias vinculadas a la gestión de proyectos.
De ahí la necesidad articular el
sector creativo con los ámbitos comunitarios, académicos e institucionales locales
y nacionales. Solo este engranaje permitirá tener un sector sustentable a largo
plazo. Este reposicionamiento no significa la negación de los procesos
creativos individuales en pos de los colectivos mencionados anteriormente, sino
que implica un proceso que aporta transformaciones en las formas de ver y
comprender los procesos creativos y sus metodologías de gestión. No obstante, la opción colectiva va más allá
porque además de trabajar desde contextos específicos rompe con la centralidad
del artista y el arte, estableciendo otras formas de relación con la comunidad.
El hecho de fortalecer esos otros espacios creativos
también aportará a expandir el
empoderamiento de la ciudad, a descentralizarla y a mostrar su diversidad
creativa. Si existe este engranaje en el
largo y mediano plazo habremos creado un sustento social que mantenga y
sustente una política cultural incluyente, teniendo como eje primordial a la
comunidad. Pero es importante que estos niveles creativos (las artes) estén
anclados o sean entendidos como transversales en ámbitos específicos como
salud, jóvenes, niñez, sectores vulnerables, educación, entre otros.